viernes, 4 de septiembre de 2009

Monólogo (retazos por relato)

En mi familia éramos ocho,
vivimos siempre acá,
en este enorme caserón de cinco puertas.
Murieron todos,
los degradó la tierra
hasta su escote más culmine.
Yo en cambio, moriré de viejo, de reloj y solo.
No como ellos que murieron todos juntos
en círculo concéntrico,
en un accidente de auto
camino a Dique Ameghino o a Playa Unión.
Ya no me acuerdo, pasó tanto tiempo.
Yo nunca quise a nadie,
a mi me robaron el corazón en el barrio Los Aromos
cuando tenía once años.
Pudiendo acabar, cavar un pozo
para su entierro,
me ahorré la fuerza, la frase, la farsa
la salida en vueltas de brillo
en torno a aquel
Siempre Cuerpo Humano.
Yo amo lento, jodido, hago daño.
Los argentinos somos más complejos.
Porque mis padres y mis hermanos eran europeos,
los peores
¡pobres monstruos!.
Yo fui siempre un enemigo,
un rival vuelto hacia adentro
en su más fanático imperio,
un animal.
Mis padres eran ingleses...de última raza.
Altos, rubios, majestuosos,
sus cuerpos parecían hoteles de cinco estrellas.
No como el mío, empalizado por un furor de muelle,
por el oleaje suicidante del río de la plata.
Yo nací en un barco,
casi llegando a la costanera.
Hubiera querido una familia criolla, acomplejada.
Pero no, me parió una extranjera.
Ahora soy un reloj sin origen ni destino.
No se si darme el corazón contra un zócalo
de este enorme caserón
o pajarear
en un paroxismo despiadado de lo real.
Ah, Argentina,
esta es mi oda, mi porquería.