Una semana encanallada, llena de debilitamientos. “Hay que fundar territorios de belleza” escuché de un amigo y la frase me despertó de una pesadilla lenta y vizcosa. Aplaudo su frase, y me la apropio, no en el sentido ingenuo ni cándido del término, fundar belleza salvaje, vital, que oponga resistencia a todo aquello que nos hunde, nos enferma, nos fractura, nos debilita. Desde una rebeldía vital rechazar de plano a quienes amedrentan con información aterrorizadora sobre la pandemia, a los que comercian con la salud y la enfermedad física y mental de sus congéneres, a los que no deciden nada, a los que impugnan, a los que abandonan antes de empezar, a los que quieren que todo siga igual, a los cobardes, a los egoístas, a los fatuos. Fundar territorios de belleza para oponerse a tanta tristeza, a tanta opacidad, a tanto encierro, a tanta debilidad, a tanta falta de respeto. Dejar para ellos la vejez, la decrepitud y la muerte, apropiarnos de un impulso vital que nos permita, aunque casi sin esperanzas y con cansancio y con errores, habitar un territorio personal en el que uno pueda sentir que piensa, que opina, que resurge de las cenizas de lo que intentaron incendiar. Escribir, actuar, hacer música, lo que uno pueda, pero no contagiarse de muerte.